Geo-Economics and Politics

Yascha Mounk encuentra la fórmula para medir la descomposición de las democracias

Officials gather ballots in the second round vote of the French center-right presidential primary election at a polling station in Marseille, France, November 27, 2016.      REUTERS/Jean-Paul Pelissier - RTSTK42

Image: REUTERS/Jean-Paul Pelissier

Esteban Ordóñez Chillarón
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Hace diez años nadie habría insinuado que los sistemas democráticos se encuentran en peligro. Desde la calle hasta los ámbitos académicos se confiaba en que la democracia liberal (parlamentaria, presidencial o en cualquiera de sus formas), una vez se implantaba en un país, era irreversible. Ahora, distintos datos, confirman que la calidad democrática del mundo está retrocediendo.

Yascha Mounk es conferenciante del gobierno estadounidense en Harvard (EEUU) y cree haber encontrado la fórmula para detectar cuándo una democracia ha empezado a descomponerse, porque en política las cosas suceden mucho antes de que se oficialicen. Mounk, autor del libro Extranjero en mi propio país, exploró el modo en que los países se estaban esforzando en construir identidades nacionales nuevas y multiculturales; el resultado, como destacaba The New York Times, no era muy halagüeño: la reacción populista de carácter racista estaba creciendo.

Durante las últimas décadas, después de la Segunda Guerra Mundial, los expertos vivían en la convicción de que las democracias funcionaban algo así como una colonia de hormigas: se afincaban en un lugar y, de manera casi autómata, construían unas estructuras y unas instituciones bien armadas, una sociedad civil sólida y una economía de mercado más o menos estable. El resultado era un edificio, el del Estado, que parecía imperecedero.

Los dogmas se usan para reposar la mirada, y mientras descansas, a la espalda del dogma, suceden cosas. Ahora, con el triunfo del Bréxit y el asalto con cortinilla de Donald Trump a la Casa Blanca, los tertulianos corren ojipláticos buscando explicaciones.

«Hace algunos años la gente era muy escéptica. Simplemente no se podía imaginar que la democracia estuviera en riesgo», cuenta Yascha Mounk a Yorokobu. Él lleva dedicando varios años de estudio a la materia y parece haber encontrado un sistema de alarma temprana para detectar cuándo un sistema democrático se está «desconsolidando».

«Estamos viendo a los candidatos de ultraderecha desdeñar abiertamente las normas democráticas», señala Mounk, y estos mensajes sólo se propagan cuando reciben apoyos dentro de la sociedad.

Para establecer su fórmula de salud democrática, Mounk formó equipo con Roberto Stefan Foa, de la Universidad de Melbourne (Australia). Obtuvieron una ecuación con tres incógnitas. «El aumento del populismo está llevado por tres factores: el estancamiento en los estándares de vida, la mala voluntad de la gente para aceptar distintos grupos étnicos y religiosos como verdaderos compatriotas, y una gran división entre zonas urbanas y rurales», explica.

De modo que, el test consta de tres preguntas: ¿Qué grado de importancia tiene para los ciudadanos que el país siga siendo una democracia?, ¿cuántos ciudadanos estarían dispuestos a apoyar o soportar un gobierno militar?, ¿está aumentando el apoyo a partidos y movimientos que tildan al sistema vigente de ilegítimo?

Según estos parámetros, el número de democracias consolidadas en el planeta estaría disminuyendo. Sucede, en parte, a causa de la desafección política de la juventud. Las generaciones más nuevas parecen inclinar la balanza hacia formas menos normativas de hacer política.

«La gente joven ha vivido en un sistema económicamente inactivo y políticamente disfuncional. No han tenido las mismas experiencias de vivir bajo el fascismo y el comunismo como sus mayores. Esto hace que apoyen menos sus propios sistemas políticos y estén más abiertos a la experimentación», analiza Mounk.

Según el artículo de Mounk y Foa, El peligro de la desconsolidación, sería la población más joven de Estados Unidos la que no vería como algo tan ilegítimo el hecho de que el ejército tomara el poder en caso de que los representantes electos fueran incapaces de gestionar el país. En el caso de España, ocurre al contrario: desde el 15-M, la deslegitimación del sistema se plantea desde unas exigencias de mayores espacios de democracia.

La fórmula de alerta temprana es un punto de partida y se plantea más como una guía de búsqueda de síntomas que como un análisis de sangre con todas las de la ley. Hay que tener en cuenta que el método para recolectar información es el demoscópico y que la capacidad ilustradora de las encuestas se está resquebrajando al mismo ritmo que el sistema.

La detección, a nivel analítico, resulta útil, pero una vez que se percibe que un régimen hace aguas, ¿se puede hacer algo? Mounk especula con algunas posibilidades: «Podemos aplicar políticas sociales más redistributivas; llevar mejor conexión de internet a zonas rurales; intentar reducir la velocidad de la inmigración y tratar a los nuevos miembros de nuestras sociedades como verdaderos compatriotas». Aun así, flaquea, está «lejos de asegurar que estas respuestas serán suficientes para calmar el auge de los populismos».

La prueba de que algo está cambiando radicalmente es que la gente anda loca buscando conceptos innovadores. Un ejemplo lo tenemos en la palabra ‘posverdad’. Nos agarramos a ella para sintetizar, para detener la brotadura de una nueva realidad que aún no llegamos a comprender. Más allá de lo definitivo del método de Mounk y Foa, en épocas que tienden al cambio no sobra ningún instrumento con tal de evitar que las nuevas necesidades de la población desvíen la política hacia un sistema más tóxico que el actual

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